Opinión
EL VÉRTIGO DE DOS MUNDOS OPUESTOS
Este domingo será a pleno vértigo para los amantes del deporte motor. Dos de las tres competencias más importantes del mundo (la restante son las 24 Horas de Le Mans que quedará para el 17 y 18 de junio) compartirán la jornada. Por la mañana, Mónaco, el Gran Premio emblemático de la Fórmula 1, dará el puntapié inicial a una jornada inolvidable. En las calles monegascas las Ferrari buscarán el triunfo (después de 16 años –la última fue con Michael Schumacher en 2011–) frente al poderío de Mercedes.
Sin embargo por la tarde, desde la catedral del automovilismo norteamericano, se pondrán en marcha las 500 Millas de Indianápolis. El templo de la velocidad para la clásica competencia a 350 km/h que dirimirá quién será el primero en cruzar el tradicional brickline y quedar inmortalizado con su nombre en el preciado trofeo.
Si bien no es la primera vez que coinciden ambas competencias en el día (habitualmente se disputan en el último domingo de mayo), esta vez todo se potencia por la presencia de Fernando Alonso en el asfalto estadounidense, como así también por su ausencia en el trazado del principado.
El golpe de timón que tomó en su momento el piloto asturiano, en conjunto con el equipo McLaren-Honda, de no competir en el GP de Mónaco (empujado por el magro desempeño de su máquina) para participar de las 500 Millas de Indianápolis fue un verdadero sacudón para todos. Para la Fórmula 1 (muchos creen que en tiempos de Bernie Ecclestone esto no hubiese sucedido) y mucho más para la IndyCar, que recibe en su cita más gloriosa a un invitado estelar.
De hecho, en las primeras pruebas oficiales, las redes sociales y las transmisiones por streaming explotaron sólo por la mera presencia del español. La prensa europea, fundamentalmente, y la del resto del mundo, posó los ojos en el óvalo americano como nunca. Y ante semejante expectativa, Alonso no se quedó atrás con el 5° puesto obtenido en la clasificación del fin de semana último, por lo que el domingo partirá desde la segunda fila.
Alonso no sólo saltó el océano. Pasó de un mundo a otro dentro del automovilismo. Sin escalas. La Fórmula 1 mantiene el espíritu del deporte europeo. La estrategia sostenida durante toda la competencia con la probable opción (y muchas veces única) de que no se produzcan alteraciones. En definitiva, así como largan, llegan. Y más en un trazado como el de MonteCarlo, el más lento del calendario, sin lugares claros de sobrepaso, pero con el glamour que sostiene a un GP con más de ocho décadas de tradición.
Para el consumidor americano, es inconcebible este tipo de eventos. Acostumbrado al alto impacto final (NBA, béisbol, fútbol americano, etc), no se digiere que una competencia no sufra alteraciones. De hecho, quizá ése sea uno de los aspectos fundamentales para que el fútbol tradicional no gane terreno en los Estados Unidos. ¿Cómo puede ser que tras 90 minutos un partido termine sin goles? Eso no gusta.
El automovilismo no está exento de esta filosofía. Y allí están los óvalos, que permiten sobrepasos por doquier y mantiene viva la llama de la expectativa hasta el último segundo. Una carrera muy extensa, con casi 4 horas de adrenalina y un corredor que sostiene a las 33 máquinas a 350 km/h, para que los espectadores tengan tiempo de consumir merchandising y exploten con un final de bandera verde.
Nadie niega la estrategia que se establece en Indianápolis. Sólo es la gruesa diferencia de dos mundos opuestos, que este fin de semana estarán vinculados por la ausencia, en Mónaco, y la presencia, en Indianápolis, de la figura de Alonso. Y por qué no, pese a las diferencias, es ideal para disfrutar de ambas tradiciones…
