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De aquel frío en la plaza al inesperado saludo presidencial

El 17 de julio fue el día más frio de 1995. Ante la muerte de Fangio, una vivencia entre la espera en Plaza de Mayo y el pésame del Presidente de la Nación
De aquel frío en la plaza al inesperado saludo presidencial
De aquel frío en la plaza al inesperado saludo presidencial

Todos pendientes de los teléfonos cableados sobre los escritorios de la sección Deportes del diario La Nación. Alfredo Parga, caballero, docente, iluminado y maestro de periodistas, tenía el contacto directo con la familia de Juan Manuel Fangio. La salud del Quíntuple se había resquebrajado en las últimas horas y se esperaba el desenlace.

Las instrucciones en la noche del 16 de julio en la redacción de la calle Bouchard fueron precisas. Si Fangio fallecía, había que efectuar la cobertura en Buenos Aires y en Balcarce. Y yo tenía el honor de ejecutar esa misión junto con mi gran referente del periodismo.

El Presidente de la Nación, Carlos Menem, había dispuesto la Casa de Gobierno para el primer adiós. Y esa mañana del 17 de julio, amanecí bien temprano con la infausta noticia (falleció a las 4 de la madrugada). Por lo que bien temprano, me fui a la Casa Rosada.

Fangio fue la única personalidad que fue velada en la Casa de Gobierno hasta ese entonces (luego el ex presidente Néstor Kirchner). Ya desde primeras horas, se formó una muy extensa fila para despedir al gran campeón, característica que se mantuvo hasta el final

Sin celular por aquellos años, intenté ingresar a la Casa Rosada para cubrir el evento, pero al no estar acreditado permanentemente, me impidieron entrar. Desde el diario La Nación debían enviar un fax con mis datos para la autorización de mi ingreso, por lo que fui a una cabina telefónica pública para pedir en la redacción que enviaran la solicitud correspondiente.

Luego, a esperar frente a la puerta de la calle Balcarce 50 (sí, casualmente Balcarce, la ciudad de Fangio) a que llegara el fax. La línea de la Casa de Gobierno parecía estar más ocupada de lo habitual. Y el bendito fax no entraba.

Fue la jornada más fría de aquel invierno de 1995. Y yo ahí parado, a la espera de la autorización que parecía que jamás entraba. Entre algunas comitivas que entraban y salían de la explanada frente a la Plaza de Mayo, se estacionaron dos vehículos. Y de ellos bajaron varios hombres protegidos con sobretodos. Al acercarme, identifico a la delegación del Automóvil Club Argentino (ACA). Entre ellos, estaba Alfredo Parga.

Me preguntó qué hacía ahí parado y le expliqué rápidamente que aguardaba la llegada del fax para entrar a realizar la cobertura. Me tomó del hombro, me empujó y me metió dentro del grupo del ACA. Y me dijo: “A partir de ahora usted es uno más de la comitiva”. Y así fue. Caminé con ellos y entramos todos juntos a la Casa Rosada.

Allí dentro, llegamos al Salón Blanco, donde estaba el féretro. Enfrente, unas tarimas donde se encontraban los periodistas y los camarógrafos. Y al costado, el público que desfilaba, incesante, para despedir al ídolo.

Dentro del Salón Blanco, las puertas laterales se abrían permanentemente, desde donde ingresaban algunos ministros, como entonces Domingo Cavallo y Erman González, para el saludo final.

Minutos después, personal de seguridad se acercó para pedir a los familiares y pocos allegados el lugar necesario para el ingreso presidencial. Se cortó momentáneamente el ingreso del público que transitaba a unos 10 metros. Y allí se abrieron las puertas e ingresó el doctor Carlos Menem acompañado por José Froilán González.

Se acercaron al cuerpo de Fangio, permanecieron allí unos minutos, y el Presidente caminó alrededor del Quíntuple para encarar a quienes estaban en el exclusivo recinto. Pocos familiares, amigos, y en ese entonces, algunos representantes del ACA.

Tímidamente me corrí hacia un costado y allí permanecí, observando la particular e histórica escena. El Primer Mandatario en el único sepelio entonces en la Casa Rosada.

Al alejarse del féretro, el Presidente se dirige al saludo a familiares y allegados. Y yo estaba allí parado, entre ellos. Hasta que en un momento me encara y me dice: “Mi más sincero pésame”. A lo que respondí “Gracias señor Presidente”.

Un momento inesperado. Minutos antes, estaba parado soportando un frío mayúsculo en la vereda a la espera de un permiso, la generosa actitud de Parga y luego, el saludo y el pésame del Presidente de la Nación en mano.

Así comenzaron dos jornadas intensas. A las 18, la Capilla Ardiente se trasladó a la sede central del Automóvil Club Argentino y a última hora de la noche, el viaje a Balcarce, donde viví un día lleno de emociones.

Desde lo vivido en el Museo en el último adiós. Y afuera, con toda una ciudad despidiendo a su gran embajador. Aquella multitudinaria despedida, donde se destacaban los chicos con los guardapolvos blancos, conformando una hilera infinita entre el Museo y el cementerio de Balcarce.

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