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Era una obligación, debía pasar

En el autódromo Enzo y Dino Ferrari de Imola, donde perdió la vida, está el monumento de un grande que hoy cumpliría 60 años. Ayrton Senna
Era una obligación, debía pasar
Era una obligación, debía pasar

Debo confesar que cuando puedo viajar por placer es muy difícil que al recorrer algún lugar del mundo le dedique un espacio al automovilismo. Las vacaciones son vacaciones. Salvo que pase cerca por algo relacionado a nuestra actividad y que me permita hacerlo sin modificar mucho mi itinerario. Pero en uno de mis viajes a Italia tenía que pasar por Imola. Entonces arme un recorrido que me haga pasar por donde no se puede dejar de ir. Al autódromo Enzo y Dino Ferrari donde se encuentra el Monumento a uno de los más grandes de nuestro deporte que hoy cumpliría 60 años. Ayrton Senna.

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Salida de Bolonia y llegada a Imola

Al salir de la animada capital histórica Emilia – Romaña agarre la autopista A14 y recorrí los 36 km que separan una lugar del otro. Quienes me acompañaban no eran fierreros al ciento por ciento pero sabían muy bien quien era la figura que había perdido la vida al lugar donde íbamos. Me había armado la llegada para después de media mañana. Quería hacerlo con tranquilidad y la única información que tenía era la investigación que había hecho en Internet. El viaje duró menos de una hora y el cartel de Imola quedó frente a nuestra vista. Desde ese momento empezamos a notar que todo pasaba por Ayrton Senna. Si bien es una hermosa y pequeña ciudad, que tiene un castillo, que tiene una arquitectura interesante y que los amantes del arte tienen sus museos y su espacio, la ciudad se potencio con la llegada de la Fórmula 1 y mucho más cuando Ayrton perdió la vida en 1994.

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Llegada al circuito

Sin dudas que al estacionar frente al autódromo la curiosidad fue aumentando. Recuerdo que era una jornada donde el sol pegaba fuerte y la temperatura era elevada. Al bajarnos, y consultar a metros de la tradicional torre de control, nos informaron que las puertas del escenario se abrirían a las 14 para poder transitarlo a pie. El panorama era completo. Como faltaba para que esos portones se abriesen aprovechamos para ir caminando hasta el monumento. Se va por afuera hasta pasar el túnel y quedar del otro lado del dibujo. El camino te lleva al lugar. El verde parque que lo rodea el predio cubre los pocos ruidos de una ciudad chica y el silencio va aumentando a medida que se va llegando al más grande. A pocos metros del monolito se empieza a notar. Banderas, remeras y todo lo que se pueda dejar como ofrenda está agarrado al alambrado del autódromo. Ahí está el. Ahí se hace un silencio y ahí el simpatizante se frena. Se queda quieto. Muchas cosas vienen a la mente.  Increíble pero real. Lo generó.

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Luego de haber estado varios minutos llegó el momento de estar del lado de adentro. De caminar la pista, de llegar hasta ese lugar maldito donde se apagó la llama de Senna. Y ahí aparecen las preguntas, se hacen evaluaciones y se sacan conclusiones como si uno lo supiese todo. El calor  se nota más. El sol pega en la cinta asfáltica y las gotas de transpiración se mezclan con alguna lágrima que cae. Es hora de retirase, de mirar para todos lados y de buscar una explicación que nunca llegará. La visita terminó. Es hora de volver al auto y seguir con las vacaciones. La materia pendiente se había cumplido. El viaje siguió y continuó. Como lo hace Ayrton Senna en el corazón de todos nosotros. 

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