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¿POR LA FIA COMO ANDAMOS?

El escándalo de la FIFA obliga a preguntarse si puede estallar algo similar en la entidad madre del automovilismo
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El escándalo de corrupción que sacudió a la FIFA, que acabó con nueve dirigentes detenidos y gruesos cargos contra empresarios y ex directivos, generó un enorme revuelo en la opinión pública, en la mayoría de los casos promovido por el extremo grado de venalidad denunciado en la acusación de la justicia estadounidense. Los fanáticos del automovilismo no pudieron dejar de preguntarse si el deporte de los fierros puede ser alcanzado por semejantes denuncias como las que conmueven al fútbol.

La Federación Internacional del Automóvil (FIA) es la entidad madre, creada a comienzos del siglo pasado como la AIACR (Asociación Internacional de Automóviles Club reconocidos) en Francia, el país en el que nació el automovilismo. La sede histórica del organismo es el edificio de 1, Place de la Concorde, en pleno centro de París.

Puede llamar la atención que, a diferencia de la mayoría de las federaciones deportivas, la FIA no esté radicada en Suiza. La FIFA tiene sede en Zurich, la UEFA está en Nyon, en Lausana se asientan tanto el Comité Olímpico Internacional como la FINA (natación) o la FIVB (voleibol).

Pero eso no es real: la mayor parte de las actividades de la FIA fueron trasladadas a Ginebra, en Suiza, como lo indica el organigrama publicado por la entidad en su página web. Es que a diferencia de las leyes francesas, el Código Civil suizo permite que las organizaciones deportivas puedan generar beneficios a través de su actividad. Eso es lo que le ha permitido a la FIFA, por ejemplo, mantener reservas por valor de 1.500 millones de dólares según su último balance.

La gran diferencia entre la FIFA y la FIA es que la primera genera sus masivos ingresos, lo que abona el terreno para los grandes esquemas de corrupción denunciados por el Departamento de Justicia de los EEUU, con los campeonatos de dimensiones escalonadas (mundial o regional, mayores o juveniles, hombres o mujeres) de cuya organización se hace cargo. Desde el fixture y la clasificación a la comercialización y la venta de entradas.

La FIA, en cambio, terceriza sus campeonatos a nivel de promotor. Promulga sus calendarios, fiscaliza sus carreras, pero no está involucrada en la organización directa. El mejor ejemplo de ello es la Fórmula 1, un campeonato FIA pero que organiza Formula One Holdings, el monstruo creado por Bernie Ecclestone y que es propiedad del fondo CVC Partners. La FIA cobra un canon por cada torneo y no trata con sponsors o cadenas de TV para vender derechos.

Sucede tanto en la F-1 como con el Mundial de Rally (en el que el promotor es una compañía vinculada a RedBull), el WTCC (que promueve la cadena televisiva Eurosport) o el Mundial de Endurance (WEC, promovida por la organización de Gerard Neveu).

De alguna manera es el esquema que se replica en la Argentina, dónde la asociación que posee el poder deportivo, en este caso el Automóvil Club Argentino, no organiza los torneos –como se estilaba en los ’60, cuando repartía fechas a los clubes organizadores y fijaba escalas de premios para los pilotos- sino que los fiscaliza a cambio de un canon. Lo más parecido al esquema que tiene el fútbol, en términos de automovilismo en Argentina, es la ACTC, que a la vez fiscaliza y organiza sus propios torneos. Son los promotores de cada campeonato los que contratan las carreras y venden sus derechos televisivos.

En general, la FIA mueve mucho menos dinero que la FIFA como para pensar que un escándalo similar podría afectarla. Dos acontecimientos que la tuvieron como protagonistas produjeron estupefacción, de todas maneras, aunque nunca merecieron una investigación de poderes superiores. Uno ocurrió en 2000, cuando el entonces presidente, el británico Max Mosley, cerró un acuerdo para vender los derechos comerciales de la Fórmula 1, cuyo campeonato mundial le pertenece a la FIA pero que ya gestionaba Ecclestone, en 300 millones de dólares pero por un periodo de 100 años… Las cifras que se manejan en el escándalo FIFA son ampliamente superiores.

El otro acontecimiento es más reciente: la FIA cedió, por 60 millones de dólares, su derecho a decidir las reglas del Mundial de F-1, lo que hasta entonces había mantenido bajo su control. Fue así que se estableció el Grupo Estratégico de F-1, que posee 18 asientos con derecho a voto, y de los que la FIA solo ocupa seis.

A diferencia de Joseph Blatter, que se mantiene desde 1998 al frente de la FIFA y posee un altísimo perfil, expuesto ahora a partir del escándalo develado la semana pasada, Jean Todt ocupa el cargo desde 2009 y está visto como un dirigente que, aunque proviene del automovilismo, se ocupa más de la problemática de la seguridad en el tránsito, que del deporte. Aunque la manera en que recibe el apoyo irrestricto de la CODASUR recuerda el trato que la Conmebol dispensaba a Blatter.

A diferencia de la FIFA, que publica periódicamente sus balances económicos, la FIA mantiene en secreto sus cuentas. Desde hace pocos años la FIA es reconocida por el COI pero no siempre sigue sus principios. El Código del COI establece que “los recursos financieros que provienen del deporte deben ser reinvertidos en el deporte y en particular en su desarrollo”, lo que claramente no sucede con el esquema de promoción con el que se llevan a cabo los campeonatos, y esencialmente con el Mundial de F-1, en el que su promotor CVC Partners extrae formidables cifras año a año para repartir entre sus accionistas mientras los equipos pugnan por sobrevivir o, directamente, quedan fuera de carrera.

 

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