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F1: "Fueron momentos duros", el sincero comentario de Colapinto sobre su choque

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“Si no hay caos, no es TC…”

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“Si no hay caos, no es TC…”

La famosa frase solía utilizarla el ex presidente de la ACTC, Oscar Aventín, para justificar cada polémica fuerte en el Turismo Carretera y asumirlas como una marca registrada de la popular categoría. Hasta casi como una virtud. Ayer terminó envuelto en un escándalo un año que arrancó de la misma manera. Porque aunque parezca que sucedió hace mucho tiempo, la trampa del campeón Omar Martínez se descubrió esta temporada.

Ahora fue el turno de Mariano Werner, quien fue capaz de robarle protagonismo al histórico séptimo campeonato de Guillermo Ortelli con tan solo una maniobra. A la definición del TC le bastaron 500 metros, para darle emoción a un espectaculo hasta ese momento sin grandes sobresaltos. Alcanzó con la última curva, para que se precipite toda la confusión, desprolijidad, preocupación y euforia. Todo en un lapso muy corto de tiempo.

Poca claridad hubo instantes posteriores al gran golpe de escena de Werner. No hubo precisión sobre la posición final de Rossi, que debió ser clasificado rústicamente con el conteo a ojo del paso de los autos por la meta, por inconvenientes en el cronometraje oficial. Mientras tanto, una multitud que había estado mal ubicada durante toda la carrera se abalanzaba peligrosamente hacia la pista con los autos intentando volver a boxes.

Rossi se supo campeón y llegó a festejar, por un erróneo 21° puesto informado. Aliviado se trepó al techo de su Chevrolet y hasta ensayó el “1” con el dedo índice bien hacia arriba. Casi al mismo tiempo Ortelli se enteraba que era otra vez “Rey” en su reino. Una locura. El equipo Donto quiso denunciar a los 23 autos que terminaron delante de Rossi para que pasaran por la Técnica. Se especulaba con que Juan José Ebarlín que había terminado delante de su compañero Rossi, no se presentaría al parque cerrado, con lo que el de Del Viso quedaba a una desclasificación del título. Otra locura. Una intención de denuncia que no fue aceptada por los comisarios deportivos, quienes con buen criterio desactivaron otro escándalo. Hasta ahí los hechos…

Ortelli, campeón por séptima vez. Se sabía que no había que descartarlo al inagotable piloto de Salto. Nunca se rindió. Exigió a la distancia en puntos haciendo lo que tenía que hacer: pelear por la victoria. Del resto se encargaría Werner. Es una leyenda en actividad y más vigente que nunca. Tuvo un año con un altísimo nivel. Superó en títulos nada más y nada menos que a Oscar Gálvez y Juan María Traverso, y ahora quedó en soledad a dos campeonatos del máximo campeón de la historia del TC, Juan Gálvez. Ayer, Ortelli escribió una página histórica de nuestro automovilismo y hemos sido testigos. Solo su grandeza, el valor de su reciente logro y su enorme idolatría lograron desviar la atención de una de las maniobras en pista más descalificadoras (por su incidencia) que se recuerden en los últimos tiempos.

Es difícil no involucrar la intención en el análisis de la maniobra de Werner. Porque si solo se trató de un error, fue demasiado grosero. Lo suficiente para ser impropio de un piloto de elite. Y no es este el momento para debatir si Werner pertenece al selecto grupo de pilotos top del país. Como verdaderamente se trata de un piloto de jerarquía, es complejo no pensar que en ese instante haya podido descargar toda su bronca contenida durante tanto tiempo contra Rossi. Werner siguió convencido, ya en frío, que era lo que tenía que hacer. Que debía intentarlo todo. Pero nunca reparó en el costo para el rival. Ni en el precio que deberá pagar a futuro por semejante exabrupto. Incluso, probablemente aun no sea consciente que este episodio marcará a fuego su carrera deportiva.

 Rossi se quedará con la amarga sensación de haber vuelto a saborear un título de TC, más que ningún otro de los que le dejó el grito atragantado. De esas frustraciones que duelen. Ya acumula varios sinsabores en la categoría. No le alcanza más con los merecimientos, porque es consciente que tiene menos estrellas de las que debería. Este año estuvo en casi todos los detalles, abajo y arriba del auto. Incluso le marcó el pulso al departamento técnico de la ACTC. Pero sobre el final descuidó un detalle importante. Rebotará en su cabeza varias veces la última vuelta. Porque pudo haberlo dejado pasar a Werner y hubiese sido campeón igual. Arriesgó lo que debía arriesgar con José Savino durante la carrera. Era lo que tenía que hacer. Defendió bien hasta ahí (aunque al límite) un resultado que valía un título. Hasta se justifica la fricción con el propio Werner en la “S” media vuelta antes. Faltaba una “eternidad”. Pero en la última curva ya era campeón. No debió confiarse tanto. De todas maneras, aunque pudo haber hecho algo más para conseguir la corona, no es el responsable de haberla perdido.

Al fin se acabó este 2016 para la ACTC. Un año difícil para la categoría en distintos frentes. En el que despilfarró la carrera deportiva de uno de sus máximos ídolos, sacó por la puerta trasera a su comisario técnico y debió “emprolijar” casi todo el parque de autos que se encontraba fuera de reglamento. Ayer volvió a prenderse la alarma. Deberá dejar de hacer solo campañas preventivas para que el público no invada la pista. Si le resulta imposible contener a los espectadores en el Autódromo Roberto Mouras deberá volver al Autódromo de Buenos Aires, donde por infraestructura, tradición y emoción debería cerrarse cada año del TC. Porque no siempre habrá un Ortelli para desviar la atención de todo… 

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