Opinión
¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?
Recuerdo los boxes de Melbourne, en 1999, con el jardín detrás de los equipos. Pese al mágico ambiente que siempre rodea el Albert Park, la Fórmula 1 llegaba con su impronta casi hermética. Donde todo está programado y el trato con la telemetría suele ser más ameno que la parquedad de los protagonistas de la disciplina. Todos apurados para acudir y cumplir con frías reuniones, conferencias y la actividad en pista.
Quizá por eso sus risas se escuchaban más que cualquier otro sonido. Claro, contrastaba esa alegría con la sobriedad reinante de la máxima categoría. Enfundado con aquel buzo rojo del equipo Williams, Alessandro Zanardi dialogaba con quien se interpusiera en su camino. Parecía que no tenía nada que ocultar en un ambiente en el los secretos son los tesoros más valiosos.
El piloto de Bologna tenía otra escuela. Si bien en sus comienzos había acelerado autos de Jordan, Minardi y Lotus a principios de los años 90, tenía en su alma el espíritu del CART, donde todo es mucho más distendido, aunque las velocidades norteamericanas fuesen en promedio más vertiginosas.
“Trato de pasarla bien y de ser amable con todos los que puedo. Pero a la hora de trabajar pongo mi mayor atención. Quizás en el CART hay otro espíritu, pero yo siempre fui igual. Y en definitiva estoy orgulloso. Yo soy un piloto de carreras. Ese era mi sueño de chico y se cumplió con éxito. Me pagan por trabajar en lo que yo estoy apasionado. Soy un hombre con mucha suerte...”, me contó en aquella entrevista en los boxes de Melbourne.
Testaduro. Así se manejó también pese a su simpatía. Tras su regreso en la F.1, quiso volver al automovilismo norteamericano. Otra vez desafiar los óvalos donde conquistó los títulos en 1997 y 1998. Su esposa, Daniela, con su pequeño hijo Nicolo, le pedía que dejara ya tanta exposición. ¿Para qué correr a 340 km/h? ¿Qué más había que ganar? ¿No era ya de disfrutar sin tanto peligro?
Volvió. Ya no estaba en el poderoso Team de Chip Ganassi con el que brilló al igual que Juan Pablo Montoya. Con un auto de Mo Nunn, buscaba meterse entre los de adelante. Pero aquel 15 de septiembre de 2001, en una maniobra descontrolada y a poco de la bandera a cuadros, en el circuito alemán de Lausitzring, donde el automovilismo norteamericano intentaba expandirse por el mundo, su auto se cruzó en la pista y Alex Tagliani, a 320 km/h, lo chocó en un accidente espeluznante. Zanardi allí perdió las piernas. El mismo día que el colombiano Montoya lograba su primer triunfo en la F.1, en Monza.